Supongo evidente que alternarás clases teóricas (exposiciones de la temática sobre la que trabajar) con clases prácticas (laboratorio).
Para el laboratorio, totalmente de acuerdo con jorginius en lo de los grupos (grupos reducidos). Incluso se puede hacer que, en ciertas situaciones, cada miembro del grupo adopte un papel, y acercarse así a la realidad del trabajo en equipo (por ejemplo, uno/s diseñan e implementan y otro/s testean y depuran).
Utilizar proyectos interesantes, y no meros ejercicios ---éstos los puede hacer cada uno en su casa--- también ayudaría. Para eso tendrías que tantear qué tipo de proyectos podría resultar motivador para tus alumnos (cosa que dependerá de la edad, de su formación, etc.)
En cuanto a lo de los conocimientos previos, lo mejor es que hagas una primera evaluación de lo que saben el primer día y, a partir de ahí, plantear las clases y secuenciarlas cuidadosamente, sin grandes saltos ni dificultades súbitas, pero con novedades suficientes (lo demasiado fácil acaba aburriendo al personal). Puede que durante un tiempo sea necesario una adaptación de los que tienen menos nivel: es terrible dar clases donde hay diferencias sensibles de nivel, acaban siendo un desastre.
En cuanto a lo de si pizarra o presentaciones, creo que, en principio, debes utilizar aquello a lo que mejor se adapte tu forma de enseñar. Lo primero y principal que motiva a un alumno que no sea un zote es la implicación y entusiasmo del profesor respecto de la materia que imparte. Los medios que utilice para trasmitir ese entusiasmo son secundarios.
En relación con el recurso rutinario a librerías, etc. una buena cosa podría ser utilizar (si es posible) un lenguaje de programación (y más aún un paradigma de programación) que los alumnos no conozcan de antemano o al que no estén habituados. Eso produce un cortacircuito en sus hábitos (los malos) y fuerza a pensar las cosas desde cero. Si no es posible elegir el lenguaje, recurrir a ejemplos o formas de planteamiento poco convencionales podría, tal vez, valer.
Y, finalmente, paciencia con los alumnos y capacidad de autocrítica (aunque sin pasarse). Mi experiencia me dice que todo profesor comete errores (y más cuando empieza), pero que los buenos profesores son los que, a medida que pasa el tiempo, se van haciendo más y más conscientes de sus propios fallos: de cuánto hay que culpar al alumno y de cuánto a uno mismo cuando algo no ha funcionado como se esperaba. (Por supuesto, eso vale sólo cuando el alumno está interesado de antemano y no cuando, a priori y a posteriori, pasa de todo, que también de esto hay en la viña de la enseñanza).
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